Cuando ya iba por mi segundo día sin levantarme y con el mismo pijama cochino, me di cuenta de que la estaba cagando, que mi soledad tenía que ver con el poco cariño que le estaba dando a mi persona.
Me puse a recordar aquellos tiempos en que el vacío existencial era latente en este ser, cuando me quedaba horas frente a esta pantalla viendo monos chinos y de vez en cuando esperando una llamada que jamás llegaría, pero que no perdía la esperanza en recibir por casualidad. Llegué a que mi única salvación fue peinarme, aprender a maquillarme a la perfección y vestirme lo mejor posible según los límites de mi propia autoestima... claro, esto suena a pura frivolidad, a estereotipos de belleza impuestos-heternonormados bajo intereses mercantiles; y efectivamente, pero dedicarme ese tiempo a cubrir este rostro con una máscara y tapar esta carne con un disfraz, y saltar a la calle me sirvieron para vencer la soledad. En cada paseo que daba durante esos días de verano, me acercaba más al encuentro conmigo misma; me servían también para olvidar un mal amor, y para encontrar uno nuevo que no apareció hasta que el kraken fue saciado con el cadáver de mi niña-yo.
Hoy, para que vuelva a la vida y pueda encontrar en el cariño la paz, he de asesinar a mi verdugo. Debo arrancarme yo misma la daga, como en aquel entonces, y sanarme con la sal que el viento siempre arrastra en los paseos por el borde costero. He de abrigarme en las miradas desconocidas, como un refugio de vanidad para este ego destronado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario