Te recuerdo sobre mí y me
envuelve un sentimiento sobrecogedor e incontrolable: me agita, me quema, me
rompe, me vuelve a armar y quedo igual que cuando comencé con el recuento del
día; pero ahora con unas lágrimas a punto de escaparse por mis pestañas.
Créeme cuando te digo que no lo
entiendo, que no entiendo que me haces cuando me miras que me dejas desnuda de
piel y de carne. Hoy me tienes sin cáscara, desmenuzada y lista para ser
probada por tus ojos una vez más.
Y otra
Y otra
Y otra
Lo que me revienta en alegría es
sentir que a pesar de conocerte tanto, me sigues pareciendo extraño tantas
veces… no un extraño-desconocido-temido al que uno no le recibe un dulce ni le
toma la mano, no, sino que te miro como al juguete nuevo que se ha estado
deseando tanto tiempo. Lo miras descansando en las vitrinas, lo deseas, lo
consigues; pero el tiempo no pasa, todos los días repites la ecuación: te miro,
te deseo, te consigo, te beso, te amo, te peino, te seco, te mojo, te lo
arranco todo y te vuelvo a armar.
A ver, más sencillo para los pavos:
Te veo casi todos los días, pero
no se ha perdido ese encanto, esa magia que te desborda cuando conoces a
alguien nuevo que te encanta. Ya te conozco, pero todos los días vuelvo a
repetir el café y la cerveza con sabor a cenizas, y el beso con sabor a sal.
Ahora que lo pienso, cada vez que
te veo te encuentro los dientes menos amarillos.
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