No es que no hable porque no quiera, sino porque no me gusta explicarme. Odio intentar razonar mi emocionalidad para que alguien, quien probablemente no entienda, escuche mis penurias.
No es que no explique porque no quiera, sino que no me gusta hablar de mis dramas existenciales e incomprensibles.
Cuando me duele una palabra siento miles de agujitas perforándome el cuello, con las letras atrapadas entre sus puntas, colgando en mi tráquea.
A veces pienso que debería andar con una pistolita chica, por si acaso, digo yo...
Debería andar con los créditos en el bolsillo.
El epitafio también, para que no me pongan cualquier hueá en la tumba.
Me da miedo que un sentimiento me asesine y que nadie se entere de la causa de muerte.
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