Mi cuerpo se encontraba alerta, en pro de congelarse: las pestañas, las uñas amoratadas y los piececitos de niña, azulosos de frío.
Porque tengo hasta el alma erizada de calambres, de espasmos fugaces que me regresan a la vida. Y con dolores helados me teñí de cobalto la piel, color que me regaló el vocativo.
Y es que el frío quiebra, desmenuza. Mata.
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