Todos proveníamos de la misma área, de ese callejón limítrofe entre la pena y la rabia.
Despertábamos a la muchedumbre con nuestras conductas hostiles. Una degustación de la más dulce melancolía.
A solas, con las cuatro paredes. Aquí es donde me rehúso a creer en un futuro prometedor, porque todos venimos del mismo pasillo abismal... inyectados de sueños.